Opinión | Aznar y Vivas: cuando la política deja de disimular y enseña su verdadero rostro

Por Juan Sergio Redondo Pacheco

Las palabras de José María Aznar no han sido un desliz. Han sido una revelación. El expresidente ha hablado sin corbata retórica, sin maquillaje institucional y sin el cálculo habitual: ha dicho lo que realmente piensa. Y lo que piensa —que la religión musulmana es parte del “problema” de España— deja al descubierto un fondo ideológico que el PP lleva años tratando de ocultar bajo discursos pulidos y campañas cuidadosamente empaquetadas.

Aznar no ha cometido un error: ha cometido una sinceridad. Y esa sinceridad retrata un desprecio político tan profundo que ni el más desesperado intento de Juan Vivas por recomponer el destrozo logra encubrir. Vivas ha salido a matizar, a rebajar, a reinterpretar… pero no a desmentir. No puede. Porque ese es el ecosistema al que pertenece: un PP donde las máscaras de moderación se caen en cuanto alguien abre la boca sin guion.

Y si hablamos de máscaras, pocas tan evidentes como la de Juan Vivas. Su única prioridad —y ya nadie lo finge— es mantenerse en el poder, sostener los privilegios de esa casta que lo colocó allí hace más de dos décadas para vigilar sus intereses económicos. A estas alturas, su liderazgo no se sostiene por convicción ni por capacidad, sino por inercia, por redes clientelares y por un aparato político-mediático decidido a defenderlo incluso cuando su desgaste físico y político salta a la vista de cualquiera.

A Vivas le ha dado igual qué eslogan usar, a quién señalar o a quién adular según el mes, el año o la encuesta. Durante años construyó su poder alimentando el miedo a ese proceso suplantador que ya se atisbaba en el horizonte, donde una masa creciente de personas de origen marroquí se iban afincando en Ceuta, cambiando radicalmente la fisonomía, las formas y las costumbres de grandes zonas de la ciudad. Era muy común en aquellos primeros años de su mandato escuchar en el PP local eso de “o somos nosotros o, si no, tendremos un alcalde musulmán”. De ese modo inocularon la idea de una amenaza constante mientras Vivas se presentaba como el último bastión de la españolidad de Ceuta, aunque fuera el propio PP el que, por acción o por simple dejadez, facilitaba las dinámicas que fomentaban ese inexorable proceso marroquinizador que luego utilizaban como arma electoral.

Cuando ese guion dejó de servirle —cuando una parte del electorado se hartó y se marchó a opciones que, como VOX, al menos decían abiertamente lo que él solo insinuaba— Vivas cambió de papel sin rubor. Pasó de agitar el miedo a ese proceso marroquinizante a usar ahora como enemigo interno a quienes criticaban precisamente esa marroquinización. Donde antes denunciaba supuestas amenazas de Marruecos, ahora, sin mayores reparos, acusaba a una parte de los ceutíes de querer arrebatar derechos a los musulmanes de Ceuta. No por convicción, sino por conveniencia. No por principios, sino por supervivencia.

Ese giro no revela adaptabilidad: revela que nunca tuvo una posición real. Su único eje político ha sido siempre el poder. Lo demás —identidad, comunidad, religión, convivencia— han sido decorados intercambiables, útiles para manipular y desechar según la coyuntura.

Y es precisamente esa instrumentalización obscena lo que hoy queda expuesto. Con Aznar diciendo lo que piensa y Vivas intentando taparlo, el mensaje conjunto es nítido: para ciertos dirigentes del PP, la ciudadanía no es un vínculo, es una herramienta. No ven personas: ven votos. Votos que se activan, se seducen o se amenazan según las necesidades del momento. Votos que se pueden usar y tirar.

Lo que desnuda este episodio no es un problema de comunicación, sino un problema moral. El PP en Ceuta —con Vivas al frente— ha reducido la vida pública a un juego cínico donde las identidades se manipulan, los sentimientos se explotan y la convivencia se trastoca sin el menor escrúpulo. Todo para mantener un aparato que lleva años drenando recursos públicos al servicio de una oligarquía gerontocrática que vive instalada en el privilegio mientras el resto soporta las consecuencias.

Aznar ha hablado. Vivas ha reaccionado. Y entre los dos han enseñado lo que muchos ya intuían: que detrás del discurso templado, detrás del guiño multicultural, detrás de la foto institucional, hay un proyecto político que no cree en las personas, solo en mantener su control sobre ellas y, por ende, de todos y cada uno de sus vetustos privilegios.

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