Por Arnaldo D. Torroja

Hay una España heroica, forjada por el esfuerzo, el trabajo honesto y la pasión por mantener firme el espíritu de nuestra civilización europea-germánica. Esa España, representada en el germánico, sueña, construye, empuña el arado y el martillo, y alza con vigor la antorcha de la civilización católica-romana. Frente a ella, una España adocenada, acomodada, blanda en sus costumbres, orientalizante en su deriva, que se deja arrastrar hacia la tribalización y acaba desligándose de su identidad occidental para fusionarse con lo bereber, lo ajeno, lo disolvente.
Es esa lucha, profunda y simbólica, que entronca con el ensayo de José Antonio Primo de Rivera, escrito en prisión pocos días antes de su muerte. En Germánicos contra bereberes, el propio autor plantea una España dual: una minoría noble y visionaria —los godos germánicos—, portadores de esa misión europea, frente a una masa pasiva, casi tribal, que se inclina hacia las raíces bereberes del mundo norteafricano.
La metáfora es clara: el germánico no es solo raza, sino espíritu —el del hombre trabajador, emprendedor, consciente de una vocación superior—. El bereber, en cambio, se convierte en símbolo de la indolencia, del “déjalo estar”, del tribalismo que desintegra la unidad europea y abraza lo orientalizante .
Hoy, esta lucha existencial sigue viva. La España germánica es la de los que trabajan la tierra, levantan ciudades, defienden la civilización; es la España que mira hacia Europa como vínculo moral y cultural. La España bereber —en sentido figurado— representa lo acomodado, lo tribal, lo desconectado de nuestra matriz occidental.
Reconozcamos este choque no como una simple metáfora histórica, sino como un llamado moderno: ¿optaremos por esa España que se erige como guardiana de la civilización europea, comprometida, enraizada en el esfuerzo y la razón? ¿O nos dejamos llevar por la fluidez de lo orientalizante, perdiendo nuestra condición europea?
Es hora de reafirmar nuestro legado germánico cristiano: la dignidad del trabajo, el valor de la disciplina, la vigencia de la tradición. Frente a la disolución cultural profundizada en nuestra historia, está en pie una España que mira al futuro con firmeza. Que esta lucha épica no sea solo un recuerdo de papel, sino el motor de una regeneración nacional que reivindique la Europa de nuestros origenes como hogar común.