Opinión | Cuando España pudo ser potencia y entre todos la mataron

Por Arnaldo D. Torroja

Reunión de Kissinguer con Carrero Blanco (1973)

La historia oficial nunca lo contará con claridad, pero con el tiempo la verdad se abre paso entre los silencios: España estuvo a un paso de convertirse en una potencia nuclear regional. Y no hablamos de un sueño imposible, sino de un proyecto real, impulsado en la sombra por la élite militar y política que entendía que la soberanía no se mendiga, se garantiza con independencia energética, industrial y, llegado el caso, militar.

En esa senda se situó la figura del Almirante Luis Carrero Blanco, jefe del Gobierno en 1973. Hombre de convicciones firmes, veía en la industrialización y en la energía nuclear la llave de un futuro en el que España dejara de ser un actor subordinado en el tablero internacional. Para Carrero Blanco, la fortaleza de la nación pasaba por no depender ni de Washington ni de Moscú, sino por caminar con autonomía.

Esa ambición resultaba intolerable para las superpotencias. Henry Kissinger lo resumió con frialdad: “Una España fuerte es una España peligrosa”. El mensaje era claro: no podía permitirse que la península, punto neurálgico entre el Atlántico y el Mediterráneo, se erigiera en potencia autónoma capaz de incomodar los intereses estratégicos de Estados Unidos y de sus aliados. La independencia española era, en realidad, una amenaza para el statu quo mundial.

Francisco Franco y Luis Carrero Blanco inauguran el Centro Nacional de Energía Nuclear Juan Vigón (diciembre, 1958)

El atentado que acabó con la vida de Carrero Blanco en diciembre de 1973 fue más que un golpe mortal a un dirigente: fue la voladura de un proyecto de país. Desde ese momento, la apuesta nuclear e industrial de España se diluyó entre presiones externas, reformas internas y un relato impuesto que relegó al olvido la posibilidad de una España soberana y fuerte.

Hoy, cuando las grandes potencias siguen jugando a decidir quién puede y quién no puede ser influyente, recordar aquel capítulo es más que un ejercicio de memoria: es un acto de conciencia nacional. Porque el miedo de las superpotencias era real, y sigue siéndolo: una España que se atreva a ser fuerte, independiente y dueña de su destino siempre será, para ellas, una España peligrosa.

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