
EAC. En las últimas semanas, asistimos a un fenómeno digno de manual de propaganda: una ofensiva mediática coordinada contra VOX y, muy especialmente, contra su presidente, Santiago Abascal. La maquinaria de opinión del bipartidismo —esa alianza tácita entre los aparatos de poder de PP y PSOE— ha activado todos sus resortes para intoxicar el debate público.
Basta con asomarse a las páginas de opinión de los grandes medios para comprobarlo. Editoriales encadenados, columnas en serie y tertulias calcadas en tono y mensaje. Una legión de columnistas autodenominados “independientes” —que viven de las nóminas o favores de la prensa subvencionada— se desgañita en un único empeño: despellejar a VOX. No hay matices, no hay análisis, no hay contraste; solo bilis cuidadosamente destilada para erosionar la imagen del partido y de su líder.
El último episodio de esta cruzada roza el esperpento. Algunos medios han decidido dar pábulo al personaje de Torrente —sí, el de celuloide, mezcla grotesca de caspa y corrupción— para trazar una comparación con un militante de VOX. La jugada es tan burda como insultante para la inteligencia del lector. Porque, si algo representa Torrente, es precisamente la caricatura de esa mafia cutre y clientelar que tan bien se mimetiza con cierta izquierda española, especialmente con el PSOE más degradado: chulería de bar, prostíbulos pagados con dinero público y la soberbia impune del que se sabe protegido por el poder.
Pero el bipartidismo necesita enemigos a medida. VOX, por su discurso frontal y su resistencia a la “moderación” consensuada que domestica a tantos, encaja a la perfección en el papel de villano. Y así, mientras la corrupción y el abuso se enquistan en la Moncloa y en los despachos de siempre, los medios del régimen prefieren gastar tinta y saliva en caricaturizar a la única formación que se atreve a señalar al sistema.
La realidad es que la histeria mediática no surge por casualidad. Es el reflejo del miedo. Miedo a que se rompa el cómodo tablero de juego donde el PP finge oposición y el PSOE reparte el botín. Miedo a que los españoles empiecen a cuestionar no ya las políticas concretas, sino la estructura de poder que las ampara.
Y es que, cuando la verdad incomoda, la consigna es clara: matar al mensajero. Una vez más, aunque esa operación, cuando menos, ya les debe resultar frustrante.