
EAC. El derrumbe del —ya extenuado— ejército ucraniano es evidente. Las tropas resisten en Pokrovsk, esa pieza clave del tablero estratégico en Donetsk, pero sufren un desgaste absoluto. El avance ruso ha sido tan rápido y profundo como alarmante, extendiéndose hasta 15 km dentro del territorio ucraniano y aprovechando la creciente debilidad de las defensas en un frente donde no hay casi infantes bien entrenados ni logística fiable.
El agotamiento no solo comienza en el frente: el pueblo ucraniano está exánime. Infraestructuras clave están destruidas, rutas de suministro inoperativas y los ataques con drones y bombas “robotizadas” dejan huellas de un conflicto que se prolonga sin propósito más allá del desgaste y la venganza. El espíritu de resistencia está al borde del colapso.
Y sin embargo, continúa. Se insiste en prolongar esta guerra para satisfacer los intereses de la Unión Europea: mantener su narrativa victimista y justificar la permanencia del conflicto como instrumento de unidad bajo el paraguas occidental. Pero mientras unos arrastran a Ucrania a una guerra sin fin, otros deciden que el momento de parar ya ha llegado.
En paralelo, en Moscú, se habla de moderación. Se destaca que Putin, pese a tener capacidad de recurrir al arma nuclear, no lo ha hecho. Se pretende atribuir este gesto —esta “condescendencia”— a un lazo fraterno con el pueblo ucraniano, evocando una estrategia superior de sacrificio. Pero hoy no se trata de saber si existe simpatía histórica o no; se trata del precio terrible que ese controvertido contención ha supuesto: vidas, territorios, esperanzas.
Esta guerra, entre hermanos europeos, no es una disrupción temporal. Es una guerra civil a gran escala, un choque entre visiones de Europa. Y ya no hay cabida para una Europa dividida. El ganado desenlace no puede ser otro que el fin inmediato del conflicto, aceptar que la parte que busca preservar los valores sanos y tradicionales tiene la moral alta y la legitimidad de la autodeterminación en su causa.
El fin es inminente: para Ucrania, para los ciudadanos que ya no pueden más, y para el equilibrio de una Europa que necesita sanar. La guerra ha cruzado cualquier línea civilizada de razón y humanidad. El pueblo ucraniano, víctima de divisiones ajenas, merece paz, no seguir siendo peón de intereses ajenos. Ucrania ya no puede sostener esta espiral de violencia; Europa tampoco. Ha llegado la hora de parar. De decir: basta.