Por Juan Sergio Redondo Pacheco

En los días oscuros en los que la violencia pretendió arrancar de raíz la fe de un pueblo y en el que las sombras quisieron devorar su luz, surgió un joven que no se rindió, que no retrocedió, que no bajó la frente. Antonio Molle, con apenas veinte años, eligió la trinchera más alta: la de la defensa de Cristo Rey y de la España eterna. No blandió su vida como algo que proteger, sino como un estandarte que ofrecer.
Antonio Molle Lazo nació el 4 de julio de 1915 en Arcos de la Frontera (Cádiz), en el seno de una familia profundamente católica. Desde joven destacó por su fe viva, su compromiso religioso y su cercanía a los más necesitados, integrándose entusiastamente desde primera hora en el Requeté gaditano en su ferviente deseo por defender los valores de la España tradicional y católica. El 10 de agosto de 1936, en plena Guerra Civil Española fue capturado, torturado y martizado hasta su muerte en la localidad sevillana de Peñaflor.
Pero cuando el martirio llamó a su puerta, él no negoció. Cuando el odio quiso arrancarle el alma, él respondió con el grito de los valientes: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!. Lo golpearon, lo escarnecieron, quisieron quebrarlo… y lo que lograron fue elevarlo. Su sangre derramada fue semilla, su dolor, victoria. En sus últimas palabras unió para siempre a la Patria y al Redentor, dejando escrito en la historia que la fe y la identidad de España son inseparables.

Antonio Molle es bandera que no se arría, ejemplo para una juventud que no se conforma con la comodidad cobarde, y recordatorio de que la libertad y la dignidad no se mendigan: se defienden, incluso a costa de la vida.
Hoy su causa de beatificación aguarda el reconocimiento oficial, pero para quienes amamos a Cristo y a España, ese reconocimiento ya está dado. Antonio Molle es santo mártir en el corazón de la Iglesia viva, y su memoria es deber de justicia. Su sacrificio nos convoca, nos reta, nos obliga a no dejar que esa llama que él custodió con su vida se apague en nuestras manos.
Que su ejemplo nos encuentre firmes, que su nombre se pronuncie con orgullo, y que su legado sea nuestra respuesta frente a quienes, ayer como hoy, quisieran arrancar de España su alma cristiana.
Ante Dios nunca serás un héroe anónimo.