Editorial | Ceuta, Vivas y el fin de una excepción

EAC. La reciente decisión política adoptada en Jumilla (Murcia) de limitar celebraciones religiosas en espacios públicos —impulsada por una mayoría conformada por Partido Popular y VOX— no es un hecho aislado ni menor. Es la expresión de un cambio de rumbo que responde a una creciente preocupación en amplios sectores de la sociedad española: la necesidad urgente de reafirmar nuestra identidad nacional, cultural y simbólica frente a formas de presencia en el espacio público que, más que convivir, buscan imponerse.

Durante demasiado tiempo, buena parte del poder político ha mirado hacia otro lado mientras se consolidaba una ocupación progresiva del espacio público por parte de manifestaciones religiosas o culturales que, a pesar de chocar directamente con la identidad histórica y cultural de España, han ido ganando presencia bajo el paraguas del multiculturalismo. Este fenómeno ha sido especialmente evidente en Ceuta, donde las políticas del presidente Juan Vivas han favorecido una normalización de prácticas y discursos que, más allá de lo religioso, responden a una lógica de influencia exterior, fundamentalmente de matriz marroquí.

Lo que en otros territorios se está empezando a revertir con valentía y visión de país, en Ceuta ha sido tolerado —cuando no directamente promovido— por un gobierno que, durante décadas, ha gobernado como si la ciudad fuese una taifa personal. Bajo la bandera del consenso y una supuesta estabilidad, Vivas ha terminado por institucionalizar una cesión continuada al discurso de las minorías organizadas, subordinando el proyecto nacional a una política localista sin rumbo estratégico.

Ahora bien, está forma de hacer política tiene fecha de caducidad. Ceuta no puede seguir siendo una excepción. No puede permanecer ajena a una forma de hacer política que progresivamente se irá abriendo paso en toda España en los próximos años, definiendo el país que queremos ser, qué símbolos defendemos y qué tradiciones queremos preservar en el espacio público. La continuidad de España como proyecto cultural y político pasa también por Ceuta, y no es compatible con esa deriva impuesta desde el poder local encaminada hacia una marroquinización progresiva, ni mucho menos con la renuncia de su identidad española.

La era Vivas, anclada en equilibrios frágiles y cesiones constantes, difícilmente podrá sobrevivir a los cambios que se avecinan en España y en Europa. Cuestión de tiempo.  Cuando el gobierno de la nación no tenga más opción que pasar por una coalición inevitable entre Partido Popular y VOX, como ya sucede en otros lugares, no habrá más espacio para ambigüedades. La unidad nacional, la soberanía cultural y la coherencia política se impondrán sobre los pactos de conveniencia y los silencios tácticos.

Ceuta, será española de acción y condición o no será y como el resto de España, debe recuperar el control de su destino. Y este vendrá más tarde o temprano impulsado por esos aires de cambio que se atisban en el horizonte político nacional, producto de esa firme convicción de que lo propio debe ser defendido sin miedos ni ambages. Porque si no se defiende lo propio, otros lo acabarán ocupando.

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