
EAC. En el tablero geopolítico del norte de África, el Majzén marroquí juega con una estrategia milimétrica, silenciosa pero constante. Mientras los focos se centran en las obras del Mundial de 2030 o en los avances diplomáticos del reino alauita, una operación menos visible pero de enorme calado se está desarrollando: la construcción de un relato internacional y mediático que allane el terreno para una eventual negociación sobre la soberanía de Ceuta y Melilla a partir de la próxima década.
Esta operación no se libra con ejércitos, sino con inversiones, asesoramiento estratégico, y sobre todo, medios de comunicación. Marruecos ha desplegado una ambiciosa campaña de imagen y diplomacia blanda con un objetivo claro: legitimar ante la opinión pública global, y eventualmente española, una narrativa que plantee sus «derechos históricos» sobre ambas ciudades autónomas. Y lo está haciendo con una inversión de decenas de millones de euros y el respaldo de agencias internacionales especializadas en blanquear reputaciones y fabricar relato.
Resulta inevitable preguntarse si parte de estos recursos económicos están ya llegando a determinadas redacciones, tanto dentro como fuera del país. ¿Hay medios nacionales, o incluso locales, que están siendo beneficiados directa o indirectamente por estas inyecciones de capital? ¿Podría estar repitiéndose lo que ya ocurrió en el Campo de Gibraltar, cuando fondos procedentes del gobierno de la Colonia se usaron para maquillar la presencia británica en la zona y crear opinión favorable a la continuidad de su influencia tras el Brexit?
Las preguntas son legítimas y necesarias. Cuando un país extranjero y hostil financia la creación o promoción de contenidos mediáticos que apuntan a redefinir fronteras y a atacar la soberanía nacional, lo que está en juego no es solo la narrativa, sino la integridad misma del discurso público. Y si quienes deben informar acaban convertidos en parte del operativo de influencia, la ciudadanía queda huérfana de verdad.
A las puertas de 2030, España haría bien en mirar no solo a lo que se ve —los estadios, las banderas, los gestos diplomáticos— sino a lo que se cuece en la trastienda. La propaganda moderna no necesita tanques; le basta con titulares. Y Ceuta y Melilla, una vez más, podrían ser las primeras víctimas del relato antes que de la historia.