
EAC. Treinta años no se cumplen todos los días, cierto es. Pero también es cierto que en Ceuta, como en tantos otros lugares donde las instituciones se han convertido en proyecciones de los egos personales de quienes las ocupan, los aniversarios terminan siendo poco más que excusas para que algunos se miren en el espejo de su propio relato. Lo que podría haber sido una celebración sobria, humilde y verdaderamente ciudadana, ha derivado, una vez más, en un espectáculo de autobombo al servicio del mismo de siempre.
Lo que se ha presenciado con motivo de esta efeméride es un ejercicio obsceno de vanidad institucional. El evento, más que conmemorar la historia viva de un espacio público querido por muchos, ha sido instrumentalizado como una pasarela de adulaciones cuidadosamente coreografiadas. Todo al servicio de una narrativa que pretende situar a Vivas como figura omnipresente y benefactora de todo cuanto ha sucedido en Ceuta en las últimas décadas. El resultado: un acto rancio, muy cateto y fuera de tiempo.
La ciudad atraviesa un momento crítico en lo económico, en lo social y en lo político. Las dificultades estructurales siguen ahí, sin atajos ni soluciones reales. Pero mientras crecen las colas en servicios sociales, mientras los jóvenes siguen marchándose por falta de oportunidades y mientras las barriadas siguen abandonadas a su suerte, se opta por organizar un festejo pomposo, financiado con dinero público, más propio de la prensa rosa que de una institución responsable.
Peor aún es el modo en que se han prestado a este montaje numerosas entidades e instituciones locales, algunas con funciones públicas y otras que viven, en parte o en gran medida, de subvenciones concedidas desde la misma administración que orquesta este tipo de actos. ¿Quién se atrevería a decir que no cuando el agradecimiento se exige en forma de aplauso público? Lo que se ha vivido ha sido una ceremonia de pleitesía más que una celebración. La cultura de la cohorte y del silencio cómplice se reproduce, subvención mediante, sin el menor rubor.
El evento no ha sido un homenaje a la ciudadanía, ni al patrimonio, ni a la memoria colectiva. Ha sido, lisa y llanamente, un escaparate para la autopromoción. Una postal kitsch, repleta de sonrisas ensayadas y discursos vacíos, que busca eternizar un liderazgo desgastado en medio de un decorado ajeno a la realidad.
Los ceutíes exigen instituciones que escuchen, que trabajen con humildad, que prioricen lo urgente y lo necesario. Lo que no les hace falta en absoluto, son más celebraciones narcisistas convertidas en fiestas de cumpleaños con cargo al erario público. Porque en esta ciudad, mientras unos aplauden al patrón, otros siguen esperando que alguien se acuerde de ellos.