Desde el Diván | Mentir para escalar: Cuando el currículum se inventa y el mérito se desprecia

EAC. Cuando el descreimiento y la desafección ciudadana arrecian, el peor servicio que puede hacerse a la política es convertirla en un atajo para el ascenso personal de quienes no han demostrado méritos, ni en el terreno académico ni en el profesional. Lejos de ser un espacio noble para el servicio público, lo político corre el riesgo de ser tomado por individuos que, sin formación ni trayectoria, buscan en los cargos públicos aquello que no supieron —o no quisieron— construir con esfuerzo: una vida digna, un reconocimiento social, un sueldo estable.

Esta peligrosa tendencia encierra una trampa doble: por un lado, se desprecia el valor del conocimiento, la experiencia y el trabajo duro; por otro, se sustituye la verdad por la impostura. Porque no sólo hablamos de quienes llegan sin preparación, sino de aquellos que, para enmascarar su falta de cualificación, adornan su currículum con títulos inventados, logros académicos inexistentes y biografías infladas que no resisten el más mínimo contraste. Y lo hacen no por ignorancia, sino por complejo. El que finge lo que no es, sabe perfectamente que no da la talla, pero en lugar de reconocerlo con humildad, decide mentir.

Lo más grave no es el fraude en sí —aunque lo es—, sino que esas personas, con responsabilidad institucional, gestionan presupuestos, legislan, representan a la ciudadanía y se sientan en mesas donde se toman decisiones que afectan a millones de personas. ¿Cómo esperar responsabilidad en la gestión pública de alguien que ni siquiera fue honesto consigo mismo?

La política exige vocación, sí, pero también preparación. No basta con querer «ayudar» o «servir al ciudadano» si no se tiene la capacidad para hacerlo con eficacia. Servir no es colocarse; no es subirse a un sueldo público para resolver carencias personales o buscar estatus. Servir es llegar con los deberes hechos: con estudios concluidos, experiencias relevantes y un trayecto vital que avale la toma de decisiones sensatas.

Hay quienes ven en la política un trampolín. Lo verdaderamente lamentable es cuando ese salto se da desde el vacío del mérito. Y es ahí donde comienza el verdadero escarnio para aquellos miles de ciudadanos que, sin contactos ni apellidos, se han abierto camino a base de noches de estudio, sueldos precarios y años de esfuerzo constante. Para ellos, el ascensor social es lento, pero legítimo. Y ver cómo lo ocupan quienes sólo suben mintiendo es, simplemente, obsceno.

Porque cuando uno no tiene más que ofrecer que su ambición, la política no debe ser su sitio. La política no puede ser refugio de estafadores de currículo ni aprendices de todo y maestros de nada. Necesita servidores públicos. Y para servir, primero hay que merecer.

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