
EAC. Pedro Sánchez ha vuelto a hablar. Y como ya es costumbre, no ha sido para rendir cuentas, reconocer errores o dar soluciones a los problemas reales de los españoles. No. Ha sido, otra vez, para señalar con el dedo, insultar al disidente y revestirse de una supuesta superioridad moral desde la que acusa a toda voz crítica de formar parte de una supuesta “internacional del odio”. Una etiqueta grotesca, ridícula y peligrosa con la que intenta desacreditar a quienes se niegan a comulgar con su visión sectaria y autoritaria del poder.
La realidad es mucho más cruda: Sánchez lidera un gobierno que ha convertido la mentira en doctrina, el chantaje en estrategia y la corrupción en rutina. Un Ejecutivo sostenido por pactos infames con separatistas, herederos del terrorismo y comunistas bolivarianos, cuyo único objetivo es mantenerse en el poder a cualquier precio, aunque eso implique triturar las instituciones, manipular la justicia, coaccionar a la prensa o enfrentar a los españoles entre sí.
Y mientras el país se hunde en este lodazal, el Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo se limita a mirar hacia otro lado. Su papel como “oposición” es una mala broma: blando, cobarde, domesticado. Incapaz de alzar la voz con claridad, porque sabe que también tiene mucho que esconder. Porque teme que el PSOE saque a relucir los esqueletos de su propia corrupción. Porque prefiere pactar migajas de poder antes que plantar cara a quien destruye la Nación ante nuestros ojos.

Así, el viejo bipartidismo sobrevive en un pacto tácito de supervivencia mutua: uno saquea y destruye, el otro calla y otorga. Uno gobierna con delirios autoritarios, el otro susurra que se opondrá “cuando toque”. Mientras tanto, los precios se disparan, la inseguridad crece, las libertades se erosionan y España se convierte en un Estado fallido disfrazado de democracia.
Frente a esta farsa, solo VOX, con Santiago Abascal al frente, mantiene una posición firme, coherente y valiente. La única formación que denuncia sin complejos los atropellos del poder, que no se somete al relato oficial, que no teme decir la verdad aunque cueste votos, y que no pacta en los pasillos lo que luego finge combatir en el Congreso.
Por eso lo atacan con saña. Por eso se orquesta un cerco mediático, judicial y político contra su crecimiento. Porque VOX representa la mayor amenaza para un sistema corrupto y agotado que no quiere ser reformado, sino perpetuado a costa del bienestar, la unidad y la dignidad de los españoles.
La “internacional del odio” no está fuera. Está dentro del Gobierno. Se sienta en Moncloa. Dirige Telediarios. Controla fiscales. Y se retroalimenta del silencio cómplice de una oposición oficial que ha elegido arrodillarse.
El régimen del 78 está tocando fondo. Y ya no se trata de izquierda o derecha. Se trata de libertad o sometimiento. De verdad o propaganda. De España o del caos.