
EAC. Hoy, 21 de julio, recordamos con respeto y profunda admiración uno de los episodios más sobrecogedores y heroicos de nuestra historia militar: la defensa de la posición de Igueriben en 1921, ocurrida durante la campaña del Rif. Un puñado de hombres, cercados y superados en número, resistieron hasta el límite de sus fuerzas por el cumplimiento del deber, la lealtad a sus compañeros y el honor patrio.
Aquel día, una columna de 3.000 hombres trató sin éxito de socorrer la posición. La ayuda quedó a escasos kilómetros, detenida bajo fuego enemigo, dejando 152 bajas en apenas dos horas. Mientras tanto, dentro del reducto cercado, los últimos defensores repartían sus últimos veinte cartuchos por cabeza, inutilizaban el material artillero, y prendían fuego a las tiendas. A las cuatro de la tarde se ordenó la salida, la última carga, sabiendo que probablemente sería también la última acción de sus vidas. Y así fue. Fueron masacrados ante la misma puerta.
Solo sobrevivieron un teniente herido, Luis Casado y Escudero, y once soldados. Cuatro de estos hombres murieron poco después, víctimas de la deshidratación extrema. El resto, incluido el teniente Casado, pasaron año y medio en cautiverio. Por su valor, el comandante Julio Benítez Benítez y el capitán Federico de la Paz Orduña recibieron a título póstumo la Cruz Laureada de San Fernando, la más alta condecoración militar del Ejército español.

Hoy, más de un siglo después, su ejemplo nos interpela. Nos habla de un sentido del deber que no se rinde ante la adversidad, de una dignidad que no se vende ni ante la muerte. Los soldados de Igueriben no combatieron solo por una posición o por una orden: combatieron por un ideal, por sus compañeros, por lo que significa ser soldado. Su resistencia no fue solo táctica, fue moral. Y es precisamente esa fibra moral la que debe seguir inspirando a nuestras Fuerzas Armadas y a la sociedad que defienden.
Frente a la comodidad de lo cotidiano, frente al olvido que tantas veces sepulta la memoria de nuestros héroes, cada 21 de julio es un deber ético y cívico reivindicar su gesta. No por nostalgia, sino por justicia. Porque el sacrificio de los que dieron su vida en Igueriben no debe entenderse como una tragedia lejana, sino como un legado vivo de los valores castrenses: el compañerismo, el coraje, la disciplina y el compromiso con España.
A todos ellos, nuestra gratitud imperecedera. Su nombre, su valor y su ejemplo, no caerán en el olvido. Hoy, más que nunca, se necesita que Igueriben viva en la memoria de una nación tan acostumbrada a olvidar a sus héroes.