La Atalaya | El precio de mirar hacia otro lado

EAC. Hay ciudades marcadas por su historia, por su geografía o por sus gentes. Ceuta, por desgracia, parece estar marcada por el compadreo y el chanchullo. Palabras que en cualquier otro lugar podrían sonar anecdóticas, aquí se han convertido en sinónimo de sistema. Las recientes polémicas en torno a los exámenes de Servilimpce, con denuncias de opacidad, impugnaciones, supuestos favoritismos y peticiones públicas de transparencia que no obtienen respuesta, son solo el último capítulo de una novela larga y repetitiva que todos los ceutíes conocen demasiado bien.

En Ceuta, el enchufismo no es una sospecha: es una certeza ampliamente compartida. El clientelismo político, esa herramienta de control social mediante favores y empleos públicos, se ha incrustado en la estructura institucional como si fuera parte natural del ADN de la ciudad. Y todo bajo el paraguas de una era política liderada durante más de dos décadas por Juan Vivas, cuyo mandato ha sido denunciado en múltiples ocasiones por opositores y ciudadanos como un régimen personalista, opaco y dominado por las formas más caducas del caciquismo.

No se trata solo de unas plazas mal gestionadas o de unos exámenes poco confiables. Se trata de un clima generalizado de desconfianza, de una ciudadanía resignada que observa cómo las oportunidades se reparten entre los de siempre, mientras el resto asiste impotente al espectáculo. Y lo peor es que esto ya no indigna como debería. El escándalo ya no escandaliza. La normalización del abuso es quizás el síntoma más grave de una sociedad que parece haber tirado la toalla.

Ceuta necesita un cambio. Pero no un simple relevo de nombres en las listas electorales. Necesita una renovación generacional, una sacudida ética, una ciudadanía más exigente y menos complaciente. El problema no es solo quién gobierna, sino también cómo se consiente que gobierne. Y en eso, la responsabilidad también recae en los ceutíes, cuya indolencia cívica ha sido, en parte, cómplice de esta decadencia institucional.

Es hora de asumir que los tiempos del cacique deben acabar. Que el empleo público o subvencionado no puede seguir siendo la moneda de cambio para fidelidades políticas. Que la transparencia no es una concesión, sino una obligación. Y que Ceuta, por dignidad, merece algo mejor que este eterno déjà vu de irregularidades, silencios y sospechas.

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