
EAC. El anuncio de la reactivación del llamado Comité para la Liberación de Ceuta y Melilla, bajo la batuta del controvertido Yahya Yahya, no es un hecho aislado ni anecdótico. Es un movimiento medido y simbólico con claros objetivos políticos: deslegitimar la soberanía española en el norte de África y tensar las relaciones diplomáticas entre Rabat y Madrid, en un contexto cada vez más volátil.
En esta ocasión, Marruecos no actúa desde los despachos oficiales, sino a través de estructuras “civiles” como este comité, que no ocultan su dependencia ideológica del nacionalismo territorial marroquí. Su objetivo: sembrar la duda en la opinión pública internacional sobre la legitimidad española sobre Ceuta, Melilla y los peñones del Mediterráneo. No es la primera vez que lo intentan, pero el uso de ciudadanos con «doble nacionalidad» y el eco que logran en parte del tejido social local confiere a esta estrategia un cariz más delicado que nunca.
No se trata de ser alarmista en exceso, pero sí se hace necesario reconocer que hay un frente propagandístico activo, con apoyo institucional desde Marruecos, que actúa como una cuña ideológica y diplomática. El nuevo Comité de Coordinación para la Defensa de las Causas del Reino no es una ONG cultural ni un foro de debate pacífico. Es una plataforma que reivindica la marroquinidad de Ceuta y Melilla con una narrativa legitimadora del expansionismo territorial.
Ahora bien, lo más preocupante, en esta ocasión, quizá haya sido su aparente capacidad de penetración. Ya que este no solo opera desde el otro lado de la frontera, sino que, según se ha informado, mantiene vínculos con ciudadanos de origen marroquí con nacionalidad española que además residen y tienen cierta influencia y conexiones personales y profesionales en ambas ciudades autónomas. Algunos de ellos han participado en reuniones celebradas en Nador o Tetuán y, aunque a priori no representan a la mayoría de la población musulmana local, sí que actúan como altavoces de los postulados de Rabat, a menudo desde el anonimato o el activismo encubierto.
Este fenómeno, sin duda, se asemeja al llamado quintacolumnismo silente, y aunque el término puede generar polémica, ignorar su existencia es mucho más peligroso. España no puede permitirse debilidades en su frontera sur. Ni en lo físico, ni en lo simbólico. Y no puede hacerlo sola: requiere unidad institucional, responsabilidad mediática y una ciudadanía consciente de lo que está en juego.

Más allá de la política partidista, este es un asunto de Estado, que debe abordarse desde la lealtad y el compromiso con la verdad. Ceuta y Melilla son España, y no pueden ser moneda de cambio ni campo de juego para intereses geoestratégicos ajenos. Necesitamos claridad, firmeza y una estrategia conjunta. En eso, todos —desde el Gobierno hasta el último ciudadano— tenemos un papel.